l calor no frena el impulso ni la pasión. Desde temprano, la tórrida tarde es desafiada por una corriente humana decidida a hacerle frente a lo que fuera. La mole del Parque Roca, que supo de jornadas mulitudinarias en la Copa Davis, vuelve a cobrar vida, renovada. Respirando otra vez tenis y del mejor.

No es un día más: es el tributo a un grande de todos los tiempos. Y sabe a despedida. Se siente de esa manera. Algunos de los que están lo han visto a Roger Federer por el mundo. Otros, en aquellas exhibiciones en Tigre en diciembre de 2012 con Juan Martín del Potro, cuando casi cede una tribuna tubular.

Muchos, la mayoría, por TV. De madrugada, mañana, tarde y noche. Siempre fieles. No les importa en este caso si una exhibición no es un partido de Grand Slam o de un Masters 1000. Está el ícono dentro de la cancha.

Ese por el que agotaron las entradas en pocas horas apenas supieron que volvía. Ese crack al que quieren decirle adiós, pero no a través de las redes sociales, sino junto a él.

Casi que la figura recuerda a aquel saludo respetuoso de los jugadores de NBA que, en los Juegos Olímpicos de Río 2016, sabían que era el último partido de Manu Ginóbili con la camiseta de la selección argentina. Lo verían todavía con la 20 de los Spurs, pero no más con la 5 de la Argentina.

Esta gente que colma un estadio cubierto del Parque Roca que en temperatura se asemeja a la estación Carlos Pellegrini de la línea B de subte en una tarde de enero, entiende que no habrá más Federer para ellos en la cancha. Que vino a despedirse. Con su sonrisa. Con su don de gente. Con su ejemplo.

El saludo de Federer con un nene después de un peloteo

Enfrente hay un monstruo en ascenso como Alexander Zverev, ocupando un lugar que estaba previsto para Del Potro. Pero nada cambia la ecuación: el foco es mirar al ídolo suizo por última vez en nuestro país con raqueta en mano. Sintiendo que es real.

Mágico y real. Pasaron 7 años desde aquella vez para que volviera. Suena a utopía que en su agenda haya espacio para volver a armar una gira por cinco países sudamericanos. Y ya no tiene 31, sino 38.

Pocos personajes despertaron la admiración que Federer acopió por el mundo. Local en Roland Garros jugando contra franceses. Local en la Catedral del All England. Local en cada punto del mundo que tocó.

Con esa particularidad de sentirse humano en cada instante de su vida. Como aquel día de 2007 cuando, a horas de jugar en Palma de Mallorca con Rafael Nadal en "la Batalla de las superficies", con media cancha de polvo de ladrillo y la otra mitad de césped, Rafa se lo presentó a un amigo que miraba la práctica. Federer le tendió la mano y le dijo simplemente "Hi, I'm Roger". ¡Como si hiciera falta!

Gente que recorrió kilómetros para verlo. Del interior, de Uruguay, de Paraguay. Está el que no ve el partido ni deja de hablar por celular con la esposa, contándole que "no, todavía no me pude sacar la foto con Roger, me queda lejos y se pierde el foco" desde un rincón de la platea. O aquellos que hasta cambiaron unos días de vacaciones con tal de acompañarlo. Pocos deportistas generan el fervor y el embelesamiento de Roger, incluida la Argentina, al punto de que no falta el imbécil que insulta a Zverev.

Ahora bien, es cierto que muchos top del deporte mundial no vinieron a nuestro país, pero salvando las distancias quizás el que más se le haya acercado fue Tiger Woods en el 2000, cuando participó de la Copa del Mundo de golf en el Buenos Aires Golf Club. Días en los que no sólo iban a Bella Vista seguidores de esa disciplina, sino los amantes del deporte. Entendiendo que significaba esa presencia.

Muchos artistas realizan sus giras de despedida. Algunas comercialmente, otras desde el corazón. Federer es un artista del deporte que tiene algunas funciones pendientes, como Tokio 2020. Puede, incluso, perder el lugar de privilegio como máximo ganador de Grand Slams a manos de Nadal el año próximo. Lo que no va a perder jamás es la devoción del público y un encandilamiento innato y que fue potenciándose a lo largo de 21 años de carrera profesional.

Esta vez no hubo tiempo para mini turismo como en 2012, cuando se permitió conocer las Cataratas de Iguazú, o visitar la Bombonera junto con Del Potro. Pero Federer dejó su sello indeleble, generando un efecto único: el de los elegidos.

Sonrisas de felicidad de sus fans lo acompañaron en esta última función en la Argentina. Lágrimas de emoción invadieron a otros por compartir un momento inolvidable. Un recuerdo que muchos se llevaron grabado a fuego en el corazón. Y el deseo cumplido de gritarle desde el alma "¡Hasta siempre, Roger! Gracias por volver a casa".


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