Para describir a Bridgerton, el primer proyecto de la factoría de Shonda Rhimes para Netflix, se puede comenzar por decir que es puro escapismo, un placer culposo que se consume de una sentada. En su debut en la plataforma de streaming, la productora responsable de éxitos como Grey's Anatomy, Scandal y How to Get Away with Murder, entre otras series estrenadas en la TV abierta de los Estados Unidos, se alejó lo más posible de los usuales protagonistas de sus series sin dejar de lado el espíritu que las convirtió en fenómenos de público y casi en un género en sí mismas.

Historias de jóvenes profesionales en las que sus carreras son tan determinantes como sus enredos amorosos. Sin embargo, ya sea en un hospital de Seattle o en la Londres de la Regencia, la pasión, los embrollos emocionales y la intriga no son tan distintas.

Basada en la serie de novelas románticas de Julia Quinn, la ficción creada por Chris Van Duren, veterano colaborador de Rhimes, toma prestado algo de los relatos de Jane Austen, su mirada sobre el mercado del matrimonio entre las clases acomodadas, la temporada de bailes y la desesperación de las madres por emparejar a sus hijas con el mejor partido posible. Y lo combina con la usual diversidad que se destaca en sus series contemporáneas.

Con una explicación casi al pasar para justificar que buena parte de la aristocracia británica esté integrada por personas de raza negra y armando su propia versión de la historia, Bridgerton es puro entretenimiento con algunas pinceladas sobre el rol de la mujer en la decimonónica, trajes y escenarios elaborados y un misterio que sirve como hilo conductor de esta temporada y las que vendrán. Casi una garantía aunque Netflix aun no las haya confirmado oficialmente.

En esta primera vuelta, la serie gira en torno a Daphne Bridgerton (Phoebe Dynevor), cuarta hija de una acaudalada y amorosa familia que completan mamá Violet y otros cuatro hijos nombrados en orden alfabético por sus puntillosos padres. Lista para ser presentada en sociedad, la joven pronto descubre que ser la "incomparable" de la temporada no sirve de mucho si su hermano mayor, Anthony, cabeza de familia desde la muerte de su padre, espanta a todos los candidatos y la presiona para que se case con uno de su agrado. Decidida a casarse por amor a Daphne, se le ocurre la maravillosa idea de fingir un coqueteo con el duque de Hastings (Regé -Jean Page), uno de los hombres más codiciados de la alta sociedad.

Apuesto, rico y profundamente herido por su solitaria infancia, Hastings aprovecha la propuesta de Daphne para alejar a sus perseguidoras y así poder llevar a cabo su objetivo: no casarse ni tener hijos.

Por supuesto que hasta el espectador más distraído se dará cuenta que la pantomima de los protagonistas resultará en un verdadero enamoramiento y en unos enredos que la sociedad seguirá como quien se aficiona a una telenovela o folletín por entregas.

Todo gracias a la chismosa publicación de Lady Whistledown que parece saber todo lo que sucede en los iluminados salones de baile y en los oscuros jardines de las mansiones dónde el buen nombre y las reputaciones se desvanecen por el aire. El personaje -con la voz de Julie Andrews- sirve como narradora de la historia y aporta buena parte del humor de la serie y la incógnita sobre su identidad suma misterio a la trama.

Con un nutrido elenco de personajes, si bien los ocho episodios de la temporada están centrados en los encuentros pasionales y los desencuentros melodramáticos entre Daphne y Hastings, lo cierto es que esta telenovela de modales también cuenta con adversarios interesantes como Portia Featherington (Polly Walker), la ambiciosa vecina de los Bridgerton que con tres hijas en edad casadera hace lo imposible por que se destaquen, o su hija Penelope (Nicola Coughlan), sometida a los caprichos de su madre y a los de una sociedad que la considera apenas como un objeto decorativo.

Una serie diseñada para ser consumida de un atracón, Bridgerton es divertida, sexy y superficial. Y, como su personaje central, es también una debutante de gran belleza repleta de ilusiones románticas que no reconoce, ni le interesa reflejar, el mundo real.

Fuente: LN


COMPARTIR