A río revuelto, ganancia de terroristas. Cuando el ISIS, los extremistas del Estado Islámico, entendieron hace meses que los Talibanes de Afganistán estaban en condiciones de tomar el poder, aumentaron su presencia en el país, se infiltraron en sus filas y controlaron un importante territorio en el norte, cerca de la ciudad de Jalalabad. Y una vez que los talibanes llegaron a Kabul, se encargaron de atacarlos cada vez que pudieron.

Se convirtió en una guerra entre grupos terroristas que compiten por ver quién es más riguroso en la interpretación de la Sharía, la ley coránica del siglo XIV.

Desde que el ejército estadounidense se retiró de Afganistán en una operación caótica y tras 20 años de guerra, el ISIS-K realizó decenas de ataques en los que murieron al menos 300 civiles.

El ISIS-K realizó su ataque más letal en la noche del 26 de agosto, apenas 11 días después de la toma del poder por parte de los talibanes, con kamikazes que se hicieron inmolar en el medio de una multitud que intentaba escapar en los aviones estadounidenses que estaban partiendo del aeropuerto internacional Hamid Karzai de Kabul.

Dejaron más de 180 muertos y cientos de heridos. También organizaron atentados en Jalalabad, capital de la provincia de Nangarhar, y ciudad clave que lleva al histórico Khyber Pass, en la frontera con Pakistán. Y no sólo se enfrentan a las fuerzas talibanas sino que atentan contra mezquitas y otros centros religiosos de la minoría shiíta afgana.

Ex funcionarios de inteligencia del anterior gobierno afgano prooccidental y un alto funcionario talibán que desempeña funciones de seguridad afirmaron a la cadena de televisión estadounidense CBS que se cree que el líder de ISIS-K, un notorio comando terrorista cuya identidad permaneció envuelta en el misterio durante años, se encuentra entre los infiltrados en las filas talibanas.

También detectaron que milicianos que lucharon con los talibanes hasta hace apenas unas semanas, se unieron al IK a pesar de que siguen conservando sus puestos dentro de las unidades del nuevo gobierno.

Probablemente se cambiaron de bando por dinero, pero también porque el IK les ofrece una visión aún más rigorista del islamismo. El IK fue creado en 2015 y se calcula que tiene un total de entre 2.000 y 3.000 milicianos muy bien entrenados y equipados.

También se detectó que decenas de milicianos de la filial del ISIS en Libia viajaron a Afganistán para reforzar las filas de los Khorasán.

En junio de 2020, después de que las fuerzas estadounidenses mataran a cuatro comandantes en ataques con drones, el liderazgo del grupo recayó en un militante conocido como Shahab al-Muhajir.

En ese momento, se supuso que, por su nombre, se trataba de un extranjero de ascendencia árabe, no afgana.

Pero los funcionarios de seguridad que hablaron con CBS dijeron que es un veterano mujahaidin (combatiente) de la insurgencia interna afgana y que su verdadero nombre es Sanaullah. Recibió entrenamiento en Pakistán de dos grupos extremistas diferentes, uno de ellos la red Haqqani, afiliada a los talibanes.

También se sabe que es un graduado del Instituto Politécnico de Kabul que, según una tarjeta de registro de votantes encontrada por las fuerzas de seguridad afganas, tiene 31 años.

“Sea cual sea su origen étnico, terminó mucho mejor posicionado que sus predecesores para revivir el IK”, escribió en su informe Ex-Trac, una organización que analiza las amenazas que plantean los grupos extremistas.

“Su toma del poder a mediados de 2020 culminó con un cambio radical para la organización, pasó de ser una red fragmentada y degradada a la falange asesina que es hoy”.

Mientras que otros comandantes del ISIS-K se centraron en la toma de territorio, los agentes de inteligencia afirman que al-Muhajir es un cuadro más estratégico que tiene como objetivo socavar el liderazgo de Afganistán para obtener libertad para operar y atentar contra objetivos de Estados Unidos y Europa.

Con esa estrategia en mente es que al-Muhajir y otros comandos se infiltraron entre las filas talibanas.

Incluso mantuvo una reunión con el jefe adjunto de inteligencia talibán, el mulá Tajmir Jawad, sin que el funcionario se diera cuenta de que estaba hablando con el líder del ISIS-K.

El nuevo gobierno talibán trata de minimizar la amenaza y niega que la filtración sea tan sofisticada. Saeed Khosty, portavoz del ministerio del Interior del régimen talibán, dijo que “no es cierto” que al-Muhajir esté operando dentro de su grupo.

Khosty insistió en que el ISIS-K “no es una amenaza tan grande” como los informes sugieren y que ya los habían “expulsado” de los bastiones al este de Kabul.

En las últimas semanas hubo una serie de incursiones talibanas en las zonas donde se encuentran agazapados los combatientes del ISIS afgano.

“La violencia permanente, así como la infiltración del ISIS-K, demuestra que son erróneas las afirmaciones de que la conquista militar de Kabul por parte de los talibanes puso fin a la guerra en Afganistán”, dijo el analista y ex legislador paquistaní Afrasiab Khattak.

El ISIS-K también acusó a los talibanes de haber cometido “atrocidades” contra algunos de sus milicianos y maestros.

A través de un canal de Telegram, que utilizan frecuentemente, denunciaron que el 28 de agosto detuvieron a Abu Obaidullah Mutawakil, un conocido erudito salafista -movimiento islamista radical totalitario sunita de carácter reformista y ultraconservador que surgió en la península arábiga durante la primera mitad del siglo XIX- y que una semana después fue encontrado muerto en una calle de Kabul.

Los talibanes negaron su participación en la muerte del clérigo, pero en las semanas siguientes cerraron unas 40 mezquitas salafistas en 16 provincias. Y desde entonces, se conocieron varios ataques y detenciones contra supuestos militantes del IK o de la red terrorista Al Qaeda.

El historiador y periodista Wesley Morgan, un especialista sobre la intervención de Estados Unidos en Afganistán, afirmó a la cadena Al Jazeera que “existe el temor entre los afganos de que cualquiera pueda ser etiquetado como perteneciente a un grupo y termine en la cárcel o sin vida. Es una práctica habitual en Afganistán y la practicaron todos los gobiernos en los últimos años, incluso las fuerzas estadounidenses”.

Lo cierto es que también se trata de una “guerra religiosa” entre grupos que dicen tener la verdad sobre la interpretación del Corán. El ISIS-K tiene su bastión en una zona de las provincias de Nangarhar y la vecina Kunar donde reclutaron centenares de milicianos.

Allí, históricamente, se desarrolló una de las facciones más rigoristas del islamismo que se enfrenta a la escuela hanafí, a la que se adhiere la mayor parte de los afganos. Uno de los primeros líderes del IK fue el mulá Abdul Rauf Khadem, que desertó del campo talibán para abrazar la visión más extrema. Había sido funcionario del régimen talibán que gobernó en Kabul entre 1995 y 2001.

En 2015, Khadem y otros altos comandantes afganos y pakistaníes que hasta ese momento habían sido talibanes, prometieron lealtad al ISIS y su líder Abu Bakr al-Baghdadi.

En el mercado central de Kabul, se dice que los talibanes se encuentran atrapados entre dos demonios. Por un lado, tienen que mostrarse moderados si quieren que les descongelen los fondos incautados por el entonces gobierno de Donald Trump para hacer frente a una grave crisis económica y humanitaria.

Por el otro, tienen que mostrarse firmes y duros para no seguir perdiendo milicianos a manos del ISIS-K que se está afirmando cada vez más como una alternativa para tomar el poder en esta histórica tierra de los indomables afganos.

Fuente: Infobae


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