Por Mauro Bistman

De alguna manera, todos estamos enfermos. No hay secreto en eso.

De alguna manera, la naturaleza humana nos condena a algún tipo de pesar físico, psicológico o espiritual. Y con eso ya alcanzaría, según la definición de la Organización Mundial de la Salud.

Sin embargo, siempre podemos estar más enfermos. Pasa por las contingencias naturales de microorganismos conviviendo en condiciones poco amigables con nosotros; de la misma manera que nosotros somos absolutamente nocivos para casi todo lo que habita en este planeta. Pero también pasa cuando impulsos externos y artificiales logran efectos realmente nocivos en lo mental o espiritual; algo mayormente ligado a la manipulación.

Hoy estamos metidos, como nunca, en un contexto donde todo eso está tratando de enfermarnos. Estamos metidos en una tormenta perfecta donde todo parece querer matarnos; hablando en términos físicos, psicológicos o espirituales, claro.

A esta altura creo que la única certeza que se puede tener es que el coronavirus existe. Que hay gente que se enferma, que hay gente que muere. Sobre todo, obviamente, aquellos con alguna condición que ponga a su sistema inmunológico en desventaja.

Dicen que salió de China, pero no sabemos si salió de alguna de esas asquerosidades que ellos comen o de algún laboratorio diabólico con fines geopolíticos o económicos.

Sabemos que mucha gente se muere en todos lados, pero no terminamos de darnos cuenta si pasa más en los Estados apocalípticos o en los enfermizamente optimistas. Y no hablo de la obviedad de la comparación entre Argentina y Brasil; Argentina, con la cuarentena más larga del mundo, es top en la mayoría de los indicadores negativos. Con todo eso, aclaro, me espanta pensar lo que podría pasar si se hace otra cosa.

En Buenos Aires, mandan un avión sanitario para trasladar a un paciente desde Mar Del Plata porque supuestamente no había respiradores disponibles. Que un changarín haya sido trasladado en avión para ser internado, una noticia muy esperanzadora, quedó en medio de una disputa entre la escena armada para generar zozobra sobre el la crisis en la ciudad balnearia, conducida por un intendente macrista, y la puesta en escena de un plan de ese gobierno provincial. Un enunciado tan prometedor como imposible: trasladar a todo el mundo en una provincia con millones de personas, miles de casos diarios y un sistema de salud casi colapsado.

Desde un sector de la prensa guerrillera siguen exacerbando antagonismos que llegan a la estupidez permanente. Algunos se empeñan en imponer que nuestro país está viviendo un desbande de gente que lo quiere abandonar antes de que se termine de hundir. Otros, muestran vivos de personas anticuarentena internadas en terapia intensiva y reconociendo que se habían equivocado.

No estoy diciendo que me acabo de dar cuenta de que somos todos marionetas, incluso los que trabajamos de intentar separar la paja del trigo y generar algún análisis honestamente elaborado, eso lo sé desde hace mucho. El problema es que somos la marioneta, de la marioneta, de la marioneta, de la marioneta... Y hoy están jugando todos, demasiado fuerte.

¿Alguien me puede decir con seguridad si Donald Trump tuvo o no Coronavirus? ¿En plena campaña donde parecía un golpe grande y salió convertido en Súperman?

Parece una pavada, pero son cosas que parecen insignificantes para mucha gente, pero pueden cambiar una tendencia preelectoral.

Las redes sociales, lamentablemente, se han convertido en parte del problema.

Insuperables en la masificación, incontrolables en su utilización maliciosa.

Nos podemos lavar las manos, bañarnos en alcohol en gel, ponernos tapabocas; pero no podemos enjabonarnos los humores, sanitizarnos las dudas o toser nuestros miedos en el pliegue del codo.

Nos quieren enfermar y lo están logrando. Hay que cuidarse y la única manera es mantener la distancia social con todo aquello que profundiza nuestras toxicidades.


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