A lo largo de su carrera, Edgar Wrightmnos ha acostumbrado a disfrutar de cócteles cinematográficos marcados por tratamientos formales exquisitos dominados por un dominio del lenguaje audiovisual y el montaje a la vanguardia entre sus coetáneos, por unos personajes dibujados con un mimo tremendo, y por una de ligereza tonal con cierto poso feel good y siempre inclinada hacia la comedia (con sus momentos emotivos de por medio).

Con 'Última noche en el Soho', el bueno de Wright ha cambiado radicalmente (que no totalmente) de registro para zambullirse de lleno en los terrenos del thriller psicológico sin perder un ápice de su identidad; jugando con la identidad, el presente y el pasado en un par de horas de suspense de primera calidad, brillantes en su fondo y, sobre todo, en su forma.

Desde que comenzó a dar pistas sobre 'Última noche en el Soho', Edgar Wright ha llevado sus referentes por bandera, siendo todos ellos perfectamente reconocibles en su metraje. Tomando un poco del Nicolas Roeg de 'Amenaza en la sombra', un mucho del Roman Polanski de obras como 'Repulsión' (homenajeada directamente en una escena potentísima) y coqueteando con los cánones depalmianos, la cinta pone a girar una rueda de incertidumbre, investigación y paranoia que te atrapa para no soltarte hasta que los créditos finales circulan en pantalla.

Esto es posible gracias a una inteligente gestión de la intriga y la información que opta por la mejor estrategia posible: permitir que el espectador se confíe, haciéndole creer que va un paso por delante de la protagonista en todo momento para, más adelante, subvertir sus expectativas con unos giros argumentales de lo más satisfactorios, aunque fácilmente predecibles por parte del espectador más atento y con espíritu detectivesco.

'Última noche en el Soho' ofrece un viaje impagable, tenso y sobrecogedor (sus escarceos con el terror más puro son fantásticos) que, en última instancia, conecta con el público gracias a su pareja protagonista, compuesta por una Anya Taylor-Joy tan genial como de costumbre y una Thomasin McKenzie que contrasta con su derroche de dulzura y que genera una empatía casi instantánea.

Wright absorbe sus fuentes de inspiración y las hace completamente suyas, moldeándolas con un empaque visual deslumbrante (los juegos de espejos son, directamente, para babear), que envuelve una narrativa en imágenes ágil, dinámica y que refina hasta límites insospechados los sellos autorales del director.

Aunque, en última instancia, lo que eleva 'Última noche en el Soho' a un nivel superior es su tono. El sentido del humor marca de la casa vuelve a hacer acto de presencia impregnando el filme de una lúcida autoconsciencia que compensa el espíritu sombrío predominante y deja claro que no se toma demasiado en serio a sí mismo; algo que termina contagiando el patio de butacas y convirtiendo su proyección en una experiencia tan divertida e interactiva como inolvidable.

Fuente: Espinof


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